jueves, 15 de julio de 2010

Rocío Silva Santisteban

Mariposa Negra

El papel que he puesto sobre las ventanas ha quedado empañado
La humedad de su saliva sobre mis piernas, entre mis dedos
Se guarda y en pequeñas cavidades, destroza
Esto que a veces pretendo inventar.
No, amor, no basta con lamer nuestros cuerpos,
No basta con patearnos y gritar, jadear hasta pulverizarnos
No, amor,
No preguntes la hora después, no enciendas la luz, no hables, no pienses, no respires
Quieto
Deseo recorrer con mis sucias manos tu cuerpo inerte
Y sentir que mis olores te poseen, se incrustan entre tus vellos
Te deshacen.
Mi habitación rojiza se abre como una niña y espera
Pero este rojo tuyo no puede mezclarse ni sangrar, no puede
Rebajar esta brecha de tormento entre tu espacio y el mío
Tu saliva de nuevo sobre la palma de mi mano y tus ojos intentando
No amor
No basta con emitir gruñidos de animal en celo,
No basta con destrozar mi ropa en jirones al aire, no basta
Con inyectarnos veneno en este encuentro
No amor,
Cuando termino de escuchar la música que dejaste
Cuando corto un pedazo de pan y lo mastico para engañar mi furia
Cuando recorro con ojos lascivos la habitación en rojo
Y constato tu presencia en el interior de otra
Habitación vacía, cuando
Enredo entre mis dedos el ansia y la distancia
Sólo la imagen de tu sombra estirada sobre el papel fucsia permanece en mi silencio
Y una mariposa negra, presagio de la muerte, me acompaña.



La máquina de limpiar la nieve

Ahí suena, con su carraspeo ronco, el motor
en medio de la noche blanca
opaca con su chirrido los otros ruidos:
esa incesante música que destilan los caños

el hombre, inmigrante a su pesar, aprieta
el mecanismo y va limpiando el camino

el sendero blanquecino que antes se hundió
bajo la nieve

el ruido que podría ser insoportable en su monotonía
es el preludio de un camino limpio

desde las ventanas amarillentas de los departamentos
las caras ateridas labran una pequeña sonrisa

miramos el paso del carro
los mecanismos misteriosos que permiten la limpieza

desde nuestras oscuridades también advertimos que se va
acumulando
un hielo frío que al principio parece raspadilla

imperceptible polvo gélido
apegado a nuestros cuerpos como goma arábiga

con los días y el mal tiempo el polvo muda en escarcha
dura y repulsiva como el hielo derretido en el asfalto

en medio de la oscuridad blanquecina la nieve envuelve
con su mugre una chalina

tiene que venir el sol, húmedo y tímido,
pero a veces demora en sacar la cabeza

es mejor seguir el compás de la máquina
su música amarilla, su tintineo monótono, su canturreo sordo

es mejor limpiar el camino a la primera nevada
sacar la lágrima de encima

es mejor evitar la dureza de piedra del témpano
torcer con suavidad para otro lado la cabeza

limpiar desde el principio y quebrar
con dulzura lentamente los párpados

nada que equivalga a una humillación.



los muertos huelen en la parte más profunda del paladar

Una ciudad bañada por el mar es una ciudad privilegiada.
Eso se suele decir en los manuales de turismo. Pero la prisionera-de-sí-
misma odia esta ciudad: es un pueblo de asmáticos, de olor a mar
revuelto, peces varados en la orilla, basura que se va acumulando con
los días en los rincones y con los días va anegando todo con un olor a
muerto.

Los muertos huelen en la parte más profunda del paladar.

Los muertos de esta ciudad forman una línea que lleva kilómetros y
que se extiende como un desierto. En el desierto que circunda esta
ciudad no hay un solo mensaje. Los niños no juegan. Los ancianos caen
en las pistas y nadie se atreve a recogerlos. Los comerciantes pintan
las paredes de toda la ciudad para engañar a los niños y a los
ancianos, para inventar la prosperidad.

A la prisionera-de-sí-misma no le importa ni la prosperidad ni la
miseria. No pone mucha atención a nada. Hojea las revistas y envidia a
las modelos de cuerpos esbeltos, de pechos amplios. Compra carteras,
faldas, zapatos de taco, zapatos sin taco, compra lápices cuando no
tiene dinero para comprar. Compra para sonreír pero no para tener.
No le importa acumular objetos, lo único que busca es una sonrisa
entre los probadores de un centro comercial. Porque los que quieren
huir de esa ciudad y no pueden sólo compran para sonreír. Escuchan
música también para sonreír. Cualquier cosa para poder sonreír un
poco.

Los muertos huelen en la parte más profunda del paladar.

La prisionera-de-sí-misma suele caminar por la calle con lentes de sol
de color amarillo-naranja y piensa que la ciudad mejora con ese color
reposando sus ojos turbios. No mira las esquinas, no saca la mano en
los semáforos, no golpea a los transeúntes. Se coloca los lentes
amarillo-naranja sobre los ojos y todo empieza a mejorar. Saca el tubo
de ventolín de la cartera, lo aprieta dos veces sobre su boca y los
pulmones empiezan a recobrar su función. Un par de pastillas rosadas
y las cosas van en alza. Un trago, una cita, un beso furtivo, algo de
sexo rápido y la ciudad empieza a despejarse.

La bruma se disipa.

Los colores de las luces en la noche cobran dimensiones inexplicables.
Las bombillas rojas, el neón lila de las discotecas, el aire denso, los
anuncios de las tiendas.

Pero el olor sigue ahí, ahí, en el fondo del paladar.



piojos

Me saco los piojos a las dos de la mañana
mi bata blanca se mancha de estrellas negras

sobre la silla del comedor veo un mandil
recuerdo:
una niña llena de llagas, asmática, en la puerta del colegio
esperando para siempre a su papá

me dicen que ta ta ta tan: eres una mujer de éxito
—¿sí?, ¿de verdad?, no lo creo—
quiero que salgas en el who´s who
vanidosa comento que quizás eleve mi autoestima

(es un chiste estúpido
por la noche tengo que bañarme
para dejar de llorar)

me equivoco
esos son los grandes pecados
una piojosa sale en The Peru Report
¡te envidio!— me dicen las chiquillas
las miro con compasión

hablo y engullo comida, los críticos literarios
escriben sobre la voz operística que lamenta su gordura
y no saben qué hay detrás de cada gramo de grasa

trabajo como todas, como todas me levanto
y lloro como todas alguna vez lo han hecho
como todas alguna vez lo dejaron de hacer

me saco los piojos
me rasco los sobacos
y me miro en el espejo con el vaho del baño
adherido como carca

—¡cochina!—
—deja de ser dramática—

los rituales repetidos, quizás otras
lloren por el hambre o por el cuerpo en descomposición
es absurda la frivolidad de este sufrimiento, lo sé,
estudio el sistema sexo-género
la ciudadanía y la individuación
pero más allá de mi razón
algo supura

es el moho, la carne podrida, corroída
está adentro
la cociné con paciencia
con cada error
(hay tantos nombres propios)
torpezas que escondo como los piojos
y por más que rastrillo mi cuerpo centímetro a centímetro
no encuentro aparentemente nada
nada de nada

pero están ahí, ahí están aunque no los vea
todos se esconden en esas zonas oscuras

me arden me pican me vuelven loca.



Venus

"de una vieja bañera emerge, lenta y torpe"
Venus Anadrómeda
Arthur Rimbaud

¿Por qué no te vas? ¿Por qué no lanzas una sola mirada lejos,
lejos?
Todo es tan torpe cuando tú pronuncias la palabra que me
desgasta.

Yo soy esa diosa, yo soy esa Venus, precisamente yo la que se
levanta de la tina, desnuda.

Detrás mío sólo las luces, el espacio entre el límite del hastío
y la evasión; yo soy aquella vieja, a los 28, las curvas de mi
cuerpo
le dan asco a cualquiera.

En ese espejo que me retrata de cuerpo entero, miro esas
curvas
y aguanto la arcada en la boca.

Eres un animal y tu… esa maldita piel te atrapa, te atrapa.

Voltea mi piel, voltea y verás cómo me extiendo hasta el últimor
esquicio y para siempre. Y para siempre.

Tengo los omóplatos sugestivos, los omóplatos, ah, eternos como
una puta de Brassaï, así soy, amor, una putita, un cuerpo que ni
siquiera tú ahora quieres contemplar.

Soy la que se levanta para otra vez caer.

Al borde ?debajo mil luces de neón invitándote al paseo?
bailas, una botella en la mano derecha y en la izquierda la
herida,
te tanteas, debajo de la ropa sólo esa piel inmensa que nunca
podrás
achicar, sólo esa piel dura que nunca podrás morder, ni
perdonar.

Te mataré

Siempre ?suspendida sin caer sobre los techos de los autos?
siempre en esa lámina final de la cornisa, en ese instante del
pensamiento, siempre pienso en ti.

Soy Venus, desde hace años soy la elegida,
Yo soy aquella por la cual delirarán
Aquella que besarán en los pies
En los pies lacrados de heridas
En los pies cubiertos de enemigos

Sobre mi jinete cabalgo hasta no verte más
Cabalgo como una diosa enfurecida
Cojo las crines de tu pelo,
Hundo mis espuelas en tus ancas
Y mientras tú gimes dejo caer mi saliva
Una raya larga de mi saliva sobre tu frente

Hincha tu sexo para bendecirme, y así,
Cabalgando uno frente a otro, habremos
Quebrantado el dolor
Y seremos los héroes, los héroes
Con el nombre de Dios entre los labios
Jadeantes.

Rocío Silva Santisteban entre amigos

Rocío Silva Santisteban. Nació en la ciudad de Lima. Poeta, crítica y narradora. Estudió Derecho y Ciencias Políticas, diplomada en Estudios de Género y Magíster en Literatura Peruana. Cursó el doctorado de Literatura Hispanoamericana en Boston University. Ha ganado el Premio Copé de Plata en 1986 y el Concurso Nacional de Guiones 1995. Además de la docencia universitaria, tiene una reconocida trayectoria periodística en la prensa escrita latinoamericana. Es, asimismo, redactora del diario independiente iberoamericano La Insignia, España. En la actualidad trabaja como directora del diplomado de periodismo de la Universidad Jesuita de Lima. Entre sus obras publicadas se encuentran los poemarios: Asuntos circunstanciales, Ese oficio no me gusta, Mariposa negra, Condenado amor, Turbulencia y el libro de cuentos Me perturbas. También ha compilado El combate de los ángeles. Nadie sabe mis cosas: Ensayos en torno a la poesía de Blanca Varela, es su trabajo más reciente.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

me parecio una gran autora Rocio.


SANCHEZ VILLENAGABRIEL

Anónimo dijo...

me parecio una gran autora Rocio.


SANCHEZ VILLENAGABRIEL